quinta-feira, 1 de janeiro de 2009

Silencio


Hay una historia de las palabras, del llamar y apelar a los hombres, pero también hay una historia de aquello de lo que los hombres han callado, y esto es la historia de la estrechez y la bajeza humana. Si tan a menudo el crimen y el delito atroz podían expandirse ampliamente, casi siempre ocurrió porque las conciencias estaban cerradas y los labios permaneciam mudos, cuando debían haberse abierto para expresar palabras de justicia y de moral. Son culpables los que pratican el mal, pero también son culpables ante todo, especialmente ante el juicio de la historia, aquellos que ven un acto criminal o se enteran de él y callan; son aquellos los que sin quererlo, abren el camino al mal. Unicamente donde no hay libertad que el que es mudo cuando tendría que hablar, exhortar y advertir. Si un tal silencio pesa sobre el país, nos queda aún la posibilidad de la esperanza de que algunos sólo hablen porque desconocen todavia el mal. Se establece el deber de señalar y revelarlo a toda persona que se cuenta entre los hombres libres. Y por lo tanto también es un deber frente al pueblo y a la patria. Dentro de cada pueblo hay crímenes y pecados que llegan y se van, pero el pueblo permanece en pie. Pero si el pueblo como tal, en su totalidad, participa de la culpa por su silencio y su tolerancia y como espectador, entonces el mal destruye el suelo sobre el cual el pueblo se basa, y éste se desmorona bajo él. Hay pueblos que han desaparecido recién cuando antes emudecieron, si los hombres no se opusieron contra el pecado, si ni se pronunciaron más por el derecho. Por eso existe una esperanza para la patria de aquellos que se enteren del mal, también serán capaces de señalarlo hablando. Leo Baeck, 1932.

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